viernes, 13 de febrero de 2009

-Cariño, dime algo con amor... -¡Amorfa!




Buscar en la expresión misma una razón contraria a la esencia de la comunicación es una incongruencia.

Cuando nos comunicamos lo hacemos gracias a un gozoso autoengaño metódico que promete entendimiento, pero ese entendimiento se evapora tan rápido como el alcohol medicinal aplicado sobre una superficie caliente. El olvido forma parte de la comprensión y del diálogo, pero es curioso pensar que se puede buscar la felicidad mediante la comunicación. La búsqueda de una comunicación necesaria para cada momento no es tarea ardua, sino que emerge rápidamente de nuestro subconsciente a la primera de cambio. "Se te nota mala cara", decimos. Constantemente nuestro cuerpo y mente se ponen de acuerdo para equilibrar la balanza y que nuestra interacción con los que nos rodean no se haga imposible, es más, cuerpo y mente trabajan codo con codo para buscar un estado de bien estar emocional mediante la comunicación.

Más vale aceptar a las personas por lo que son, que tomarles por lo que nos parecen. Quien no atribuye a lo que le rodea el valor que le corresponde, está dejando pasar de largo el placer de los placeres; el gozo de vivir. El ser humano que será más feliz, será aquel que, de el modo que sea, consiga admirarse a sí mismo con sinceridad. Para admirar siempre hay que conocer, no se puede admirar o poner en un pedestal a nada ni a nadie si no se conocen las fortalezas y las debilidades del sujeto. Conocerse es amarse. Reconocerse es admitirse.

Cuando encontramos a alguien con el que estamos a gusto y fluye adecuadamente el diálogo, los acontecimientos y las energías en general, el mismo encuentro inter-personal suscita una natural neutralización recíproca de los caracteres. Dicen que en el matrimonio o cuando dos personas comparten el tiempo y la vida en todo su aspecto semántico, alguien tiene que irremediablemente padecer una recesión de virtud. Uno de los filósofos más pesimistas de la historia, Schopenhauer, lo decía así: "...es decir, en el matrimonio tiene que padecer alguien: o los individuos o el interés de la especie". Él hablaba de la "neutralización recíproca": decía que el amor estaba por encima de la misma vida, por encima del consciente. Ponía un ejemplo claro y muy simpático sobre el modo en el que la propia vida nos elige nuestra pareja: "¿Se imaginan a dos personas altísimas y de diferente sexo con fines de procrear?, ¡ellos mismos no lo hacen por miedo a engendrar gigantes!" Lo que el filósofo quería dar a entender es que la vida no junta a dos personas con nariz de aguilucho para que tengan un hijo, sino que entre una mujer bajita con nariz chata y un hombre alto con nariz protuberante, saldrá una criatura equilibrada por la propia naturaleza. No son los seres humanos, sino que es la propia supervivencia y perpetuación de la especie la que lo hace. De ahí lo de que alguien tiene que padecer.

¿Buscar la felicidad? Tarea arto complicada si ni siquiera somos nosotros los que decidimos sobre el amor. Por eso estamos condenados a sufrir en un camino oscuro y tenebroso en beneficio de otra condenada generación venidera. Venimos de la muerte y hacia allí vamos, damos vueltas, la propia vida da vueltas... Las estaciones que se repiten, los años, el día y la noche, uno habla para que le escuchen... Todos los temas sobre los que escribo me acaban llevando hacia la geometría de lo cíclico, porque no conozco otra verdad más real que esa, pero si hay algo "claro" en toda esta tenebrosidad, es que entre periodo y periodo de oscuridad, hemos de afanarnos siempre en transformar nuestras lágrimas en conocimiento. Mejor es cerrar los ciclos bien, porque si no los cierras, si no encaja el cierre del círculo, lo que viene es otra forma geométrica que no es nada alagüeña puede hasta acabar mermando nuestras posibilidades personales: la espiral.

Hay formas matemáticas para describir la espiral de una caracola, pero sé que nunca habrá formula posible para descifrar cualquier espiral sentimental que venga. En nosotros está el intentar cuadrar los ciclos, cerrar con llave, despedirse antes de que sea demasiado tarde, no guardar en el trastero nada que le corresponda a otra persona, no pedir un perdón que siempre está a tiempo, cojer el punto justo de sal, cocinar a fuego medio, abrazar cuando se necesita, etc...

Comunicar es la clave del entendimiento, pero es un falso entendimiento porque ese entendimiento está mucho más allá de nuestra propia existencia.

Para acabar, hay una frase redundante que quiero recordar, y que se escribía en las carpetas de los compañeros y compañeras cuando estaba en el colegio, que dice mucho de esto:

"¿Cómo quieres que te quiera, si a quien quiero que me quiera, no me quiere como quiero que me quiera?"