martes, 10 de febrero de 2009

Mi buena Fortuna




Cuando miraba el dichoso muro lleno de bellas apetencias expuestas sólo deseaba poseer, emergía el ansia. Lamentó que que con anterioridad y durante toda su vida le apetecieran mucho más las cosas de oídas que cuando consultaba a sus propios sentidos. Todo empezaba a cambiar. El tiempo, el maldito tiempo todo lo cambia, pero no sin antes dejar un poso estanco de maldiciones, ilusiones y vida.

Fortuna era ella. Sus padres no sabían que la fortuna está llena de desdichas, que es un nombre peligroso para un mortal. Su madre había nacido mortal, y como tal, había dado a luz mortales. Fortuna... ella era pura añoranza, una nostálgica del futuro, un futuro amorfo que hubiese tenido si...

"Hay que huir de las malas señales" le repetía incesante su padre cuando todavía era una niña, pero para una cría eso era un puro imán lleno de atracción. Siempre que había en el barrio bandadas de cuervos, no paraba de tirarles piedras para no tener que huir, sino que ellos fueran los que tuviesen que irse. Ella era valiente, era Fortuna. Pero era mala, por eso siempre su nombre acababa volviéndose contra ella. Mala fortuna...

Le gustaba a media mañana escribir siempre un par de frases, porque con el tiempo, había descubierto que la ocupación de las letras es la más dulce de las ocupaciones. Ellas poseen el todo, nos pueden descubrir la inmensidad, las grandezas y las angustias. A través de las letras ella descubrió la religión y la importancia de la fe, aprendió a esperar, a moderarse. Las letras le advertían y le recordaban; muchas veces las letras le hacían ver. Como dije, ella escribía todos los días un par de frases. No le gustaba que los escritos tuviesen semejanzas porque sabía que había todo un mundo por retratar; esa inmensidad que ella había percibido muchas veces al enfrentarse a las letras. Pero esa mañana, por primera vez en muchos años no pudo escribir nada, no es que estuviese enferma ni impedida, pues no había enfermado nunca salvo por amor, y fue en esa época donde empezó a refugiarse en densos volúmenes plenos de infinidades. Y esta vez volvió a ser el amor el que provocó el abandono de su rutina literaria.

Se llamaba Augusto y siempre había sido su amigo. Era un hombre corpulento y bonachón, tremendamente meticuloso y tranquilo. La llevaba todas las semanas a la feria de su pueblo, conocía a su familia y hemanos, que por cierto no se parecían nada a él. Cuando los veías juntos era como ver una escena del patito feo; todos eran bajitos y más bien claros de piel y bello, él siempre iba en medio de todos ellos, sobresaliendo como una torre, guiando al grupo. Sus hermanos, a diferencia del famoso cuento, le adoraban. No se podía no querer a tan afable ser. Cargaba con los bultos de sus hermanas, ayudaba en el campo a sus padres, y era un vecino muy detallista. Ella siempre había sentido algo por él, pero nunca dejó a su mente desarrollar ese sentimiento estancado; había sufrido mucho por amor. Su esquema emocional y afectivo se había trastocado por completo desde que le dejaron en mitad de la nada en un viaje de verano en coche. Nunca más supo de su primer y gran amor. Los libros fueron su mejor Valium, cuando leía entraba en una especie de trance que le alejaba de todo lo demás. Llegó a estar varios días sin dormir acompañando a caballeros y doncellas, a niños problemáticos, descubriendo paisajes mucho más hermosos que los que nunca había visto. Nunca dejó de viajar desde su mecedora del salón. Siempre escribía dos frases porque no tenía la misma facilidad para leer que para escribir. Siempre gastaba más energía en interiorizar que en exteriorizar.

Augusto era su amigo, y un amigo es (entre otras cosas) alguien lo suficientemente amable, como para considerar como normales, un número mayor de características nuestras de las que acepta la mayoría de la gente. Él pensaba que Fortuna era su mejor amiga, pero ella era esto y mucho más. Muy pronto lo descubriría.

Sin darnos cuenta afrontamos un montón de desafíos cada día, nuestros desafíos cotidianos: Amor, enfermedad, muerte, hijos, dinero, sexo o ambición. Cuando tu mundo se simplifica, también se reducen los desafíos. Ella era tremendamente sencilla, no dependía de la aprobación pública porque estaba completamente sola. Sus padres murieron el mismo día que ella cumplió la mayoría de edad. Venían en coche de comprarle su regalo cuando sufrieron un accidente mortal que truncó toda su vida desde ese momento; lo que llaman un timonazo de la fortuna. Fortuna... Ese mismo día empezó a esforzarse en llenar su memoria, dejando vacío el entendimiento y la conciencia. Cuando en ocasiones Augusto (la única persona a la que le ofrecía parte de su identidad) le miraba más allá de sus ojos, ella pensaba lo que decía sin decirle lo que pensaba. La evolución de su relación intima constantemente desbordaba creatividad, ilusión y miedo. Su relación siempre fue privada e intransferible, pero con una pequeña excepción, un testigo privilegiado de todo esos sentimientos acumulados, una persona que era el eco del eco de un sentimiento que con el tiempo dio su fruto: Yo, su hijo.

Dicen que lo bonito del paisaje se dibuja dentro de cada uno de nosotros, yo les he dibujado el más bello de los paisajes; la historia de amor que me trajo a la vida. También dicen que cuando alguien no vuelve jamás, se le relega al pasado. ¡Qué razón tienen!