lunes, 15 de diciembre de 2008

En aquel lugar...

podía haber de todo. Si tenías tiempo pensabas en poder ordenarlo, clasificándolo todo por tipo de utilidad o tamaño, lo que sea. Barrer los pelos y pelusas del suelo, mirarte a los espejos, reflexionar, sentarte, pensar que más podrías comprar, que regalarías, a quién... Cosas para lavar, cosas que te podrían dejar un rastro de olor por algunas horas, cosas sobre las que poder escribir...

Un lugar en que puede entrar cualquier tipo de gente y a cualquier hora, un lugar necesario para todos. Alfombras arrugadas por el suelo, zonas todavía húmedas que poco a poco han ido provocando manchas ocres en las paredes, etc...

Había prioridades de acceso y huéspedes inoportunos. De vez en cuando también se encendían velas (dicen que purifican los ambientes). Al otro lado de la única puerta de acceso siempre se escuchaba música, música de todo tipo. De vez en cuando se escuchaba a alguien intentando entonar alguna nota suelta, desistiendo y reintentando la afinación. Pasos que se quedaban justo al otro lado y se detenían por segundos.

La belleza, era un cuarto para la belleza y la apariencia. Todo el mundo tiene que entrar de vez en cuando aquí. Aquí no se está mal. Al principio cuesta, pero luego vas dándote cuenta de nuevas necesidades, de cambios que se antojan pertinentes... sus espejos reflejan el "qué dirán" constantemente y al mismo tiempo son testigos de evoluciones momentáneas: gestos, movimientos de cejas, liftings momentáneos con las palmas de las manos o las yemas de los dedos, que estiran la piel facial con diferentes intensidades; la opinión personal a través del reflejo de los prejuicios.

Un lugar eterno y lleno de olor... y de dolor.